Pero en fin, siento que mi casa está tomada. Hablo de Rent-A-Nun, ese negocio que comencé con amor después de dos experiencias que marcaron mi vida moderna:
- Casi me muero en un vuelo. El peor aterrizaje del mundo, cuando el avión rebotó, cayó con fuerza y patinó un poco. Alguien vomitó, alguien lloró y alguien gritó: "Soy gay, no me quiero morir sin que alguien sepa". Al final no pasó nada, pero todos estábamos blancos (yo como siempre, nomas) y nos abrazamos entre todos (menos al vomitado, claro) Yo fui directo a la mina que lloraba y le toqué una teta. Después salimos a besar el suelo. Ese día pensé que si alguien pasaba por los pasillos del avión vendiendo biblias, se hacía un dineral.
- En una conversación con un amigo hablábamos de turbulencias en los aviones. Me confesó que le gustaba viajar en aviones cuando volaba también una monja. Decía que era mejor, así no tenía que rezar él, siempre estaba ella rezando por todos.
Después me ofrecieron abrir cosas parecidas en otros países. Yo mismo viajé a las primeras aperturas en Estados Unidos y Europa. Todas buenas sucursales. Incluso sacamos un catálogo de accesorios para las monjitas. Si querían rosario valía más, si querían uniforme blanco valía más, si querían rezos en tín valía más... el vestido de novicia voladora era el paquete premium.
Bueno, han pasado los años y Rent-A-Nun se ha expandido como el herpes labial de mi última novia. Se han abierto muchas sucursales y yo ya perdí el control. Ya incluso no sé donde hay un negocio y donde no. Parece que algunos lo han adaptado a religiones locales. Uno creo que ofrece sacrificios de gallinas en medio vuelo para salvar almas voodoo. Yo ya no entiendo nada.
El negocio ha perdido corazón. Antes era divertido y familiar. Ahora... bueno, ahora no. Vengo volviendo de un viaje largo. En uno de los aeropuertos había un local de neón con letras art-decó que leían rent-a-nun. Atendía un joven canchero con pinta de proxeneta. Yo no lo podía creer. Entré y pedí el catálogo, pero resulta que ya no era el librito clásico. Era una pantalla interactiva. Y las monjas eran todas putas disfrazadas. Las cruces eran de oro o plata, y el paquete premium era una monja rubia en minifalda que te susurraba rezos al oído todo el viaje.
Me fuí espantado.
Esta casa ya no es mía. ¿Cuándo perdimos el control? ¿Tomamos medidas o cerramos el boliche? Creo que lo voy a pensar mientras me culeo al perro de algún juez poderoso.