miércoles, junio 08, 2005

El Grán Escape

Cuando me reúno con mis viejos amigos en los bares de Bohemia, inevitablemente (y seguramente algún momento pasada la media noche y la octava ronda de bebidas) mis amigos comienzan a aplaudir en unísono y a canturrear rítmicamente y con velocidad ascendente: Pal Me Ra, Pal Me Ra. Creo que todos tenemos una historia de esas, y a mis amigos les gusta la mía. Seguramente todos hemos estado en una situación parecida. Como ceremonia de iniciación de una secta religiosa (a la que entré siguiendo a un culo que a los pocos meses engordó y se llenó de granos) me llevaron al desierto, donde tomamos mucho vino y "entramos" a un trance divino. Mas bien ellos entraron. Se pusieron a cantar en un idioma desconocido (sigo creyendo que se lo inventaron), me rodearon, se desnudaron y comenzaron a echarme barro y sangre de pollos muertos que se follaban. Debo aclarar que por esos tiempos nada de eso me parecía anormal. Incluso ahora, lo único que cambiaría es que los pollos me los follaría antes de matarlos, así disfrutamos todos, ¿no?

La cosa es que eventualmente uno de ellos me golpeó con un ramo de laurel repetidamente hasta que perdí el conocimiento. Debo haber estado así por un par de horas. Cuando desperté, estaba amaneciendo y estaba encerrado en la arena hasta el cuello. Los bailes y los cantos y la chupiza seguían. En realidad era divertido verlos. Incluso, en uno de esos ratos, me sorprendí tatareando uno de sus cánticos. En un momento se pusieron en fila y comenzaron a moverse como una culebra alrededor de mi cabeza y poco a poco se fueron alejando. Finalmente se perdieron tras una duna y no los vi más.

Ahí comencé a preocuparme porque me quería rascar las pelotas y no podía. La mañana siguió y el sol comenzó a moverse sobre mi cabeza. Afortunadamente me habían enterrado bajo una palmera que me daba sombra. Eso me salvó de alucinar por exceso de sol. Toda la tarde me protegía la palmera y solo sufría de verdad en las mañanas. Varias hormigas comenzaron a acercarse a mi cabeza. Yo me hice el muerto. Así las hormigas se paseaban con libertad por mi rostro y yo me pude alimentar de las que pasaran por mi boca. Así estuve dos días. Las hormigas, eventualmente, trataron de llevar mi cabeza a su reina. Se reunieron unas trescientas y comenzaron a tratar de moverme. Tal vez lo habrían logrado de no ser que yo empecé a hacerles barra. Cuando se dieron cuenta que no estaba muerto, se enfurecieron y me atacaron. Me picaron toda la tarde. Cada centímetro de mi rostro tenía dos o tres picaduras. Incluso algunas que me alcancé a comer me picaron dentro de la boca y una muy osada en el esófago.

Al amanecer volvieron las hormigas a seguir picándome. Pero esta vez yo estaba listo para revivirlas. Esta vez las metía en mi boca y las mantenía vivas para amarrarlas como una cuerda. Aquí debo hacer un paréntesis para explicar que durante los años de peste en Europa, para mantener su población, varios pueblos (llegaron a ser 12) me contrataron como follador oficial de sus mujeres. Pero yo no me contenté con follármelas, me entrené con mi lengua. Tan entrenada la tenía que durante un día y medio acumulé un par de millares de hormigas para una cuerda de tres metros. COmo las hormigas estaban vivas, y ya habíamos estado juntos tanto tiempo, estaba seguro que me entendían cuando les hablaba. Así que las convencí que se "amarraran" a la palmera para ayudarme a salir. Pal Me Ra Pal Me Ra Pal Me Ra les repetía por varias horas. Eventualmente me obedecieron. Un extremo se abrazó de la palmera y el otro de mi boca. Con nuestros esfuerzos combinados logramos liberar mis hombros. Eventualmente pude sacar mis brazos y con eso escapé.

Desafortunadamente la mayoría de las hormigas murieron en el intento. A las sobrevivientes les agradecí y luego pisé a las hijoeputas por picarme. Por fin libre, me rasqué el rostro y las pelotas. Luego me acerqué a la palmera y la abracé agradecido. Y, claro, como soy un arrecho de mierda, me la follé. Pero seguí agradecido a esa palmera por varios años. Me la llevé a mi casa y me la follaba regularmente hasta que murió. Entonces la convertí en un sillón.

Lo que no supe nunca es que pasó con ese culto religioso. Me pregunto si realmente se olvidaron de mí o pensaban volver algún día. Tal vez volvieron pero yo ya no estaba. Tal vez me buscaron debajo de una palmera pero no la encontraron nunca. Podrían venir ahora y sentarse en mi sillón.

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